Rodrigo Sorogoyen se estrena el año pasado como director de cine en solitario con Stockholm, una película acojonante. En muchos aspectos.
La película la protagonizan Javier Pereira (a mi me sonaba de algo, concretamente de Tu vida en 65 minutos, de Albert Espinosa) y Aura Garrido (creo que participó en una serie para Telecinco, o algo así... uno de tantos fracasos de la televisión española, y eso que la chica promete). Poco sabemos de sus personajes, por no decir nada, porque la poca información que nos dan bien podría ser mentira. Son un chico y una chica, se conocen en una fiesta. Y ahí empieza todo.
Creo que puedo decir que la película está dividida en dos partes, y son claramente diferenciables, tanto en la trama como en lo visual:
Comienza en un Madrid nocturno, de calles oscuras, donde esos carteles que indican el nombre de las calles apenas son visibles y es fácil perderse. Esta primera parte, en mi muy humilde opinión, peca de lo mismo que peca Antes del amanecer (Richard Linklater), típico chico encantador se fija en chica misteriosa, diálogos sumamente preparados, forzosamente ingeniosos, donde se ve claramente lo que va a ocurrir al final. Me pareció, quizás, demasiado previsible. Aunque la idea de pasear de noche por Madrid me parece jodidamente maravillosa.
Sin embargo, toda esta previsibilidad se ve compensada en la segunda parte, donde la noche da paso a la mañana, y ya nada es lo que parece. De repente, la quietud y sus colores tenues se ven invadidos por un blanco inmaculado que casi asfixia. Esta sensación de ahogo y frialdad, se acentúa aún más con los diálogos y las situaciones a las que se ven sometidas los dos personajes.
Y ahora me voy a poner un poco sentimental, o más bien, reflexiva.
Cada uno puede interpretar una película como le nazca. Puede haber interpretaciones parecidas, pero todas serán diferentes, porque cada persona de este mundo es diferente. Y así sucede con la música, la pintura, la ópera, el teatro, la literatura... Es lo maravilloso del arte.
Pues bien, a lo largo de mi vida me he visto involucrada en relaciones bastante perniciosas, de las que, desgraciadamente, no he salido bien parada. Y eso, para bien o para mal, ha canalizado en mí una idea de las relaciones de pareja que no se corresponde con el típico cuento de hadas. Esta película plasma a la perfección esa idea.
Todos hemos querido algo de alguien, absolutamente todos. Esto no tiene nada de malo, desear es humano. Y al querer algo de alguien, también hemos actuado siguiendo ese deseo, abandonando un poco lo que somos con el fin de alcanzar lo deseado. Al igual que todos, en algún momento, hemos sido deseados por alguien, y esa persona se ha abandonado para alcanzarnos. Creo que hasta aquí estoy de acuerdo con el resto de la humanidad. Creo, vaya.
Aquí, quizás, alguien discrepe. Puedo resumir las relaciones de la siguiente forma:
- Aproximación - cortejo (también conocido como "bailar el agua") - culminación - comodidad - abandono. -
Es un esquema bastante sencillo, ¿no? No me apetece demasiado desarrollarlo. Me deprime un poco.
Esto puede darse durante semanas, meses, años, décadas. En esta película lo narran en una hora y veintiséis minutos. No creo que se llame Stockholm por casualidad. Las relaciones de pareja son algo así como una versión romántica del síndrome de Estocolmo. El raptor es raptor sin darse cuenta. La víctima es víctima sin darse cuenta. Y no hay malos, ni buenos. Todo es un juego.
Creo que es momento de terminar con esta verborrea. Sólo añadiré que creo que ese final tan impactante es algo metafórico y no literal. Quiero creer.